Audiencia 58 / EJECUCIONES SUMARIAS

26-04-18 / En la fecha se inició la etapa de alegatos. El fiscal Dante Vega hizo una breve semblanza de la época. Se abocó a analizar el rol y la responsabilidad de la Policía Federal en las ejecuciones de Amadeo Sánchez Andía y Víctor Romano Rivamar. Finalmente, abordó los casos de Susana Bermejillo y Mario Susso y estableció las responsabilidades de los acusados.

En la mañana de hoy, el fiscal Dante Vega, siguiendo el criterio del Archivo Nacional de la Memoria, denominó “ejecuciones sumarias” a los asesinatos cometidos durante el terrorismo de Estado. Así, recordó que en Mendoza, a partir de 1974 y durante el 1975, trascendieron numerosas ejecuciones sumarias a mano de grupos paraestatales. El vicecomodoro Julio César Santuccione, jefe de la Policía de Mendoza, propició el “terrorismo de calle” y el “terrorismo ideológico” con el fin de acabar con quienes consideraba la escoria de la sociedad. El primero estuvo a cargo del Comando Pío XII, cuyo propósito disciplinador estaba dirigido, particularmente, a proxenetas, mujeres y homosexuales en situación de prostitución. Los cuerpos castigados, aclaró, eran arrojados en la zona de Canota.

Por otro lado, el terrorismo ideológico fue desplegado por el Comando Anticomunista Mendoza (CAM), encargado de violentar a personas o entidades mediante atentados con bombas y ejecuciones. En este marco, en 1975, se registraron 23 NN que arribaron a la morgue local.

Estas prácticas, subrayó el fiscal, implicaron el descenso hacia la ilegalidad de la policía y significó la denigración de la misión que le fue asignada.

El rol de la Policía Federal

Las causas que tienen como víctimas a Amadeo Sánchez Andía y Víctor Romano Rivamar deja al descubierto la participación de la delegación Mendoza de la Policía Federal en sendos crímenes y su inclusión dentro del esquema represivo.

Carmelo Cirella, exagente de esa fuerza, en los ’80 reveló las responsabilidades de su jefe Oscar Fenocchio y el oficial Rodolfo Cardello, ambos fallecidos, así como Ricardo Aleks, José Luis Mirotta y Marcelo León, en los hechos antes mencionados. El exagente reiteró la versión ante el Tribunal Militar, la CONADEP, la Legislatura y en la Justicia Federal.

Encarcelado en 2007, junto a quienes señaló por los homicidios de Sánchez Andía y Romano Rivamar, el exagente y su familia fueron amenazados. En esas condiciones pidió una ampliación de declaración y se desdijo de las acusaciones que venía sosteniendo desde hacía dos décadas. El resultado fue que la justicia dictó la falta de mérito y dejó en libertad a Aleks, Mirotta y León. Cuando se reabrió la causa, en 2012, Aleks se había profugado.

Resulta inequívoco que la Policía Federal tuvo un rol importante en la represión política. La temida Coordinación Federal fue eje de la represión política, desde la dictadura de Onganía en adelante. Ya en 1971 se gestó una Comisión Coordinadora de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que funcionaba en el Cuartel Central de la Policía Federal. En la Causa 13 -Juicio a los Comandantes de la FFAA- fueron denunciados los Centros Clandestinos de Detención “Superintendencia de Seguridad”, “Olimpo” y “Atlético”, comandados por la Policía Federal. Asimismo, miembros de esa fuerza recibieron fallos condenatorios en varios juicios por delitos de lesa humanidad sustanciados en el país.

En Mendoza, bajo la sigla RAF, la delegación local tenía un departamento de inteligencia.En los ’80, Tamer Yapur, Julio César Santuccione y Pedro Sánchez Camargo, dieron cuenta de la participación de la Policía Federal en la Comunidad Informativa y en el Comando de Operaciones Tácticas. Cabe destacar que estos eran espacios de diseño y ejecución de la llamada represión a la subversión. Al respecto, el exjefe Oscar Fenocchio, declaró que la Policía Federal tenía dos enlaces asignados para aquel fin, uno era el oficial Bocca, identificado por Cirella en una de sus declaraciones.

Cabe destacar que en la Fiscalía obran expedientes sobre distintos procedimientos atribuidos a la Policía Federal que incluían detenciones, torturas y ejecuciones. Algunas de ellos fueron: el secuestro de Ángela Pastora Vélez en la puerta de la penitenciaría en 1974; las detenciones de Guillermo Ravé, Teresita Llorens, Juan Surballe, Pablo Marín, Atilio Arra y Jorge Ochoa en 1975, así como las ejecuciones de Amadeo Sánchez Andía; Manuel Oviedo, Washington Granizo y las de Lindor Peñaloza y Guillermo Ferancalasia en 1976. En 1979 la detención de Ana Florencia Aramburo. Todas muestras irrefutables del accionar ilegal de la Policía Federal.

El testimonio de Carmelo Cirella

Según el Ministerio Público, la justicia no protegió a Carmelo Cirella Paredes luego de sus declaraciones. Por ejemplo, ubicó en la misma celda a sus excompañeros de trabajo. De esta forma se entiende que en las últimas declaraciones haya negado todo “por presión”, pese a que paulatinamente, aceptó haber intervenido. El expolicía era formoseño e ingresó a la Policía Federal en 1971. Por delitos comunes fue condenado a 20 años de prisión en 1985.

A lo largo de todo el alegato Dante Vega defendió la verosimilitud y la continuidad en los elementos fundamentales de su relato. La salud mental y el apego a la realidad en el testigo fueron constatados por una pericia psicológica.

Cirella aseguró haber escuchado a Cardello adjudicándose la autoría en el operativo que secuestró y ejecutó a Sánchez Andía. Los detalles brindados coinciden con las notas periodísticas que cubrieron el hecho.

En el caso de Romano Rivamar, su testimonio es más directo y no presenta contradicciones a lo largo de los años (exceptuando su intento inicial de desligarse). Sostuvo que el operativo fue ordenado por Fenocchio y que participaron León, Mirotta y Cardello, además de él mismo. La detención se realizó en tres autos, de madrugada. Trasladaron a Rivamar hasta Papagayos y lo ejecutaron con una escopeta. Dejaron el cuerpo hasta el día siguiente, cuando Cirella debió retirarlo y enterrarlo en alguna zona alejada, es decir, el Parque Ortega de Maipú, donde fue encontrado.

Ya en democracia y luego de su testimonio ante la CONADEP, Cirella indicó a la comisión de diputados que investigaba delitos de lesa humanidad, el lugar exacto donde Rivamar fue ejecutado en Papagayos. El informe de la Comisión asegura que se encontraron vainas de proyectiles.

Para desacreditar dichos testimonios, los imputados que fueron identificados por Cirella como partícipes de los delitos, sostienen que el móvil de la declaración fue la venganza. Sin embargo, ninguno de ellos fue responsable del sumario realizado por la propia fuerza que concluyó con la condena de Cirella. Marcelo León no se encontraba en la Provincia en ese momento.

Por todas estas razones, la fiscalía concluyó que Carmelo Cirella es un testigo “importante y creíble”, que actuó “por miedo y no por mentira” en los casos de aparentes contradicciones o modificaciones que presentan sus declaraciones consecutivas.

sobre las víctimas

Amadeo Sánchez Andía era peruano y estudiaba en la Escuela de Comunicación Colectiva, donde se desempeñaba como presidente del centro de estudiantes. Militaba en el PRT-ERP y se había casado con Mirta Haydée Ramírez, quien estaba embarazada.

Al parecer, el accidente del colectivo en el cual viajaba a Córdoba junto a dos miembros más de la organización -Gladys Sabatino y Aníbal Testa- puso en alerta a las fuerzas represivas. Presumiblemente, las autoridades policiales habían encontrado documentos orgánicos entre las pertenencias de Andía y Sabatino.

Luego del accidente, Sánchez Andía fue trasladado al Hospital Perrupato de San Martín y Sabatino al Hospital Central. Ella murió sospechosamente mientras su madre se encontraba comprando unos remedios, pese a que estaba por recibir el alta.

El joven permaneció internado en el Perrupato con custodia. La vigilancia fue confirmada por su hermano, por el personal del hospital y por la propia prensa, que incluso entrevistó a la víctima.

Juan Sánchez Andía, su hermano, viajó a Mendoza cuando se enteró del accidente y pudo acompañar al herido. Por su formación de médico, reconoció que el alta de Amadeo era inminente. Juan contactó a los abogados Ángel Bustelo y Carlos Bula. Por su parte, Amadeo les confió su temor por un posible secuestro. Por esta razón, los abogados presentaron un Habeas Corpus ante la Justicia Federal. El rechazo llegó un día después del asesinato de Andía.

El secuestro se produjo el 5 de junio de 1975 a las dos de la madrugada. Seis testigos, trabajadores del hospital, refirieron los detalles del operativo e identificaron a la Policía Federal como la responsable. Según ellos, ingresaron entre cinco y ocho personas con el rostro cubierto, redujeron al cabo de guardia, cortaron las líneas de teléfono y retiraron a Andía en una ambulancia que luego abandonaron en el camino.

En el libro de novedades de la Comisaría N° 12 de la policía figura la denuncia efectuada por personal del hospital. Se mencionan las palabras “secuestro” y “fuga” en la ambulancia. Horas antes del operativo se había retirado la custodia.

Las fuerzas involucradas quisieron hacer pasar la ejecución sumaria por un conflicto entre bandas terroristas, razón por la cual el cadáver de Andía presentaba la inscripción “por traidor Monto”, pese a que era del PRT-ERP. El propio jefe de terapia del hospital, Caramasa, aseguró que se trató de “un operativo comando”. El hermano de Amadeo estaba en la habitación cuando se llevaron a su hermano en la oscuridad, sin mediar palabra.

Para la fiscalía, la consigna se levantó para darle lugar a otra fuerza, en este caso, a la Policía Federal. Esta versión es confirmada por Alicia Perrupato, empleada del nosocomio, quien relató que al día siguiente del secuestro se hablaba de “la Federal”. Además, el director de la institución le solicitó tiempo después la historia clínica de Andía frente a miembros de dicha repartición. Por otro lado, después del operativo se encontró una llave correspondiente a la Policía Federal.

Por último, el informe forense determinó que la herida fue producto de un disparo de escopeta a corta distancia. Cirella repitió en tres ocasiones este dato al que solo se accedía por el mencionado documento y que, junto a otros detalles del operativo, coincide con lo que habría oído decir a Cardello.

Después del cuarto intermedio, el fiscal Vega continuó con la exposición del caso de Víctor Romano Rivamar, quien tenía 30 años y era empleado en la justicia provincial. El 22 de abril de 1976 en horas de la madrugada entraron a su casa en calle Ramírez alrededor de 12 hombres encapuchados. Arnaldo Aníbal Romano, su hermano, relató que llegaron en tres automóviles y se lo llevaron.

Esa noche la policía no llegó sino hasta una hora y media más tarde, síntoma de que habían liberado la zona. El cuerpo apareció semienterrado en Maipú, en las inmediaciones del Parque Ortega.

Si bien la víctima parece no haber tenido ninguna filiación política, la ejecución se puede haber debido a una venganza por motivos personales, aprovechándose del contexto represivo y violento de la época. Las tareas de inteligencia tanto previas como posteriores quedan en evidencia. La mañana anterior al secuestro, un supuesto inspector había pedido entrar a la casa para ver una filtración de agua denunciada por un vecino. Luego del asesinato, un hombre del Departamento de Inteligencia de la policía vestido de civil se presentó ante la familia de la víctima y les hizo preguntas sobre Víctor. El fiscal remarcó que la descripción que hace Arnaldo del secuestro, de la gente que participaba, de la modalidad y hasta de los lugares, coincide exactamente con la de Carmelo Cirella Paredes.

Después del crimen intentaron desviar el curso investigativo con llamadas que llegaron a la sede policial de un supuesto perito estadounidense primero y un periodista de la misma nacionalidad después, para preguntar por Víctor Romano Rivamar. La primera persona, ha contado Arnaldo, se jactaba de investigar sobre “los insurrectos”.

En sus declaraciones, Cirella refiere la sigla RAF. El parecido con la Royal Air Force británica no es casual, sostuvo el fiscal. En las palabras de otro arrepentido en el juicio por la masacre de Fátima, Armando Luchina, esas letras se referían a las personas alojadas en los tubos, no legales aunque pertenecientes a la Fuerza, “como si estuvieran alojadas en el aire”.

Tanto Mirotta como León tienen responsabilidad en estos hechos a pesar de haber querido demostrar su inocencia. Mirotta obvió mencionar cierta información sobre su supuesta estadía en Buenos Aires. León aseguró que Cirella lo acusó por venganza a pesar de no haber tenido él ninguna intervención en el sumario en su contra.

atribución de responsabilidades

En el caso de Amadeo Sánchez Andía, las imputaciones son por formar parte y cumplir labores en la Policía Federal: León en el aparato de inteligencia y Mirotta como subcomisario. Por Víctor Romano Rivamar, la responsabilidad les cabe en calidad de coautores de acuerdo a las versiones de Cirella Paredes.

Así, la acusación se sostiene en los siguientes hechos:

  • privación abusiva de la libertad agravada por mediar violencia y amenazas, por dos hechos.
  • homicidio agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas, en los dos casos relatados.
  • tormentos agravados por la condición de perseguido político de la víctima, en el caso de Sánchez Andía.
  • asociación ilícita para Mirotta en calidad de jefe y para León en calidad de organizador.
Los asesinatos del 20 de marzo de 1976

En esa época, “la universidad, para los militares, era la usina del pensamiento subversivo”, resaltó el fiscal Dante Vega. El terrorismo estatal estaba en búsqueda de los dirigentes estudiantiles. En la UTN, el centro de estudiantes estaba en manos de la izquierda. Sin embargo también había miembros de organizaciones de ultraderecha que los marcaban en asambleas o los amenazaban.

Mario Susso y Juan Carlos Carrizo, ambos dirigentes de izquierda en esa universidad, eran un blanco en el operativo represivo. Estaban siendo investigados y habían sido detenidos con anterioridad. En diciembre del ’75,Susso pasó un fin de semana alojado en el D2, mientras su hermano buscaba un abogado que lo ayudara en su liberación. A Carrizo le allanaron la casa que compartía con una familia en busca de armas, panfletos o folletería y no encontraron nada.

Mario Susso tenía 27 años y era presidente del centro de estudiantes en la UTN. Militaba en el PCR y estaba en pareja con Norma Martínez. Una semana antes del secuestro, un grupo de personas concurrieron al departamento donde se mudarían juntos y le preguntaron a los vecinos por él, para corroborar dónde era su vivienda. Susana Bermejillo tenía 27 años y hacía una semana había terminado la licenciatura en Letras en la UNCuyo. Era militante en la Comisión Universitaria del Partido Comunista y estaba casada con Juan Carlos Carrizo. Antes de la detención ilegal, la policía había allanado la casa donde habían vivido hasta hacía pocos días en el Barrio Unimev.

La noche del 20 de marzo del ‘76 a las 3 de la mañana ingresaron violentamente tres personas de civil a la casa de la familia de Susso, en la Quinta Sección. Al salir, llevándose al joven, hicieron algunos disparos intimidatorios y él intentó escaparse corriendo. Una bala le dio en la pierna y se lo llevaron en un Peugeot 404 color ladrillo. “¿Vos me vas a hacer esto?” escuchó la madre que le decía Mario al secuestrador. Ante esta frase, el Ministerio Público Fiscal expresó la impotencia de no poder llegar a una pista certera.

Esa misma noche Carrizo y Bermejillo estaban festejando su primer aniversario de casados con otras parejas amigas. Finalizado el convite, a las 3.55 de la madrugada ingresó ferozmente un grupo de hombres. Juan Carlos alcanzó a escaparse por los techos, no sin antes escuchar “a esta la llevamos”. Sacaron de la vivienda a Susana Bermejillo a la fuerza y partieron en tres autos. De ambos hechos hay notas periodísticas.

Susso y Bermejillo fueron víctimas de ejecuciones sumarias esa misma noche. Sus cuerpos aparecieron horas después, en la calle Pescadores de Las Heras, en un descampado. Un colectivero advirtió esta situación y en la necropsia figuraban los disparos a corta distancia y demás detalles. Roberto Marmolejo, que para la fecha estaba detenido en el D2, dijo que el 19 de marzo lo interrogaron bajo tortura preguntándole dónde vivían y qué militancia tenían Susso y Carrizo.

acusación

Por estos asesinatos está imputado Armando Osvaldo Fernández Miranda, del D2. Anteriormente, la responsabilidad también recaía sobre otros hombres que ya están fallecidos: Menéndez, Oyarzábal y Smaha. Este último, junto con Fernández, eran los encargados de la inteligencia de ese CCD, como también de los enlaces con la autoridad militar y de las ejecuciones sumarias.

Fernández es acusado por la autoría mediata de:

  • privación abusiva de la libertad agravada por mediar violencia y amenazas, por dos hechos.
  • homicidio agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas, en dos casos.
  • tormentos agravados por la condición de perseguido político de la víctima, por dos hechos.

La próxima audiencia será el viernes 27 de abril en horario habitual.

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Audiencia 53 / LA CULPA ES DE OTRO

22-03-18 / Desde la sede del TOF N°2 de San Martín, Prov. de Buenos Aires, Juan Carlos Santamaría, José Luis Mirotta y Marcelo León hicieron una ampliación de sus respectivas declaraciones. En todos los casos intentaron desvincularse de los delitos que se les endilgan y afirmaron no haber participado de la represión política. “Soy inocente”, fue la expresión más escuchada en esta jornada.

El presidente del Tribunal, Daniel Cisneros, optó por hacer comparecer en su jurisdicción – Tribunales Federales de San Martín- a los detenidos en Buenos Aires que quisieron declarar. Asistido por la secretaria del Tribunal, Natalia Suarez, y por videoconferencia, se pudo escuchar a los imputados. Mientras, las partes y el público, seguían las alternativas de la audiencia desde la Sala.

Al inicio, el defensor de Santamaría, Carlos Benavidez, pidió incorporar nueva prueba.Se trata de un libro de la Fuerza Aérea en el que están registrados los conscriptos que ingresaron en 1977, a fin de interrogar a otros soldados de esa clase.

El peso de las evidencias

Juan Carlos Santamaría hizo denodados esfuerzos por mantenerse alejado de los sucesos del año ‘77 y de la represión clandestina. Describió la dinámica interna de la IV Brigada como si nada pasara en el país ni la unidad estuviese afectada a la “lucha antisubversiva” dispuesta desde sus altos mandos. Se atuvo a lo oficialmente transmitido o dibujado.

Aviador militar de origen entrerriano, habló de sus habilidades para pilotear aviones caza y su exigua experiencia con los viejos Douglas, utilizados para transporte de carga, en los que presuntamente se habrían realizado los traslados de los detenidos ilegales. Durante el periodo en cuestión se desempeñó como copiloto por su impericia, aseguró.

Empezó señalando que nada tuvo que ver con el secuestro y desaparición de Mauricio López porque él no se encontraba en la Provincia los primeros días del ‘77. Fue trasladado de Comodoro Rivadavia a Mendoza el 15 de diciembre de 1976 y se presentó en su destino el 18 de enero. También indicó que a fines del ’75 había hecho un curso de Inteligencia a desgano porque éste le restaba horas de vuelo.

El imputado señaló que revistó en el Escuadrón Tropa, fue jefe de la Policía Militar y de la División Inteligencia de la IV Brigada. Según su versión, esta División se dedicaba a la seguridad interna mediante la asignación de santo y seña, la acreditación de los soldados y otras tareas administrativas. Trató de desmentir cada uno de los cargos que pesan sobre él con argumentos bastante pobres. Con respecto al profesor López, remarcó que “ya tenía antecedentes…”. La misma expresión utilizó para el testigo Ferraris y agregó que ambos tenían legajo en San Luis.

Asimismo, repasó dichos de los testigos que lo incriminan ofrecidos por la Fiscalía. Se dedicó a desacreditar las declaraciones de José Flores por inexactitudes en las fechas o por confundir su apellido, mencionándolo como “Santamarina”. Protestó contra Emilio Luque porque estuvo sólo un día en el campo Las Lajas y testimonió dos veces. Cargó particularmente contra Mario Benditti a través de la lectura de un informe médico que describe trastornos psicológicos.
Su extensa declaración estuvo colmada de inferencias, de cuestiones implícitas no mencionadas, por todos sabidas, pero que el imputado se habría propuesto no mencionar.

Después del cuarto intermedio

Santamaría aceptó preguntas de la Fiscalía, oportunidad en que Daniel Rodriguez Infante, con perspicacia, develó algo de lo no dicho y las contradicciones. Así, el imputado señaló que la Policía Militar no participaba de operativos fuera de la unidad; sin embargo, el Fiscal leyó las disposiciones de un Reglamento Reservado de la Fuerza Aérea que, entre otras disposiciones, determinaba la participación de esa dependencia en las detenciones.

Al interrogarlo por su condición de jefe de la División Inteligencia, se excusó diciendo que él se dedicaba a la formación de los soldados; las tareas las realizaba el Suboficial Silva quien “nunca fue imputado”, destacó. Su presencia en esa División era de carácter burocrático y sólo pasaba para firmar. Presionado por las preguntas indicó que la Regional de Inteligencia de la Fuerza Aérea era la que se ocupaba de la “seguridad externa” y participaba de la Comunidad Informativa pero se inhibió de mencionar la lucha contra la subversión.

Santamaría admitió que el oficial Padorno y su subordinado, Armando Carelli, estaban en comisión en esa dependencia. Para atenuar la responsabilidad de sus camaradas de arma señaló que el Destacamento de Inteligencia 144 del Ejército era la columna vertebral de la represión en Mendoza y, sin embargo, sus integrantes no llegaron a juicio porque se profugaron.

Finalmente, el Fiscal puso de relieve la existencia de una planilla de registro de la Fuerza Aérea en la que está indicado que Santamaría cumplió 36 horas de vuelo desde febrero a octubre del ‘77. En ella están consignados los meses que no voló. Quedó flotando la incógnita sobre los períodos en que sí voló, dónde fue y qué aviones piloteó. El dato es altamente significativo ya que el testigo Flores señaló que siendo conscripto, en agosto o septiembre de 1977, presenció el desembarco de personas vendadas y atadas que bajaron de un avión junto a Santamaría y Carelli. Para su descargo apenas respondió que él redactó un informe en el que señPadornoaló que cubrió sólo 11 horas de vuelo.

Santamaría aseguró que no conoció Las Lajas a pesar de que este era el campo de tiro de la IV Brigada Aérea. Concluyó su exposición como la inició, declarando ser inocente.

la federal

Dos miembros de la Policía Federal son acusados por los asesinatos de Amadeo Sánchez Andía, en junio de 1975, y de Víctor Romano Rivamar, en marzo de 1976. El primero era estudiante de la Escuela de Comunicación y fue hallado fusilado en Canota. El segundo era empleado judicial y apareció muerto más de 40 días después en Maipú.

José Luis Mirotta empezó su declaración indagatoria aclarando que él no fue responsable de los hechos por los que se lo acusa. Para la época de los casos juzgados él era “un oficial subalterno” de esta fuerza. Explicó que los jefes eran Fenochio, Barrozo, Zúcaro. Él, junto con otros, no tenían cargos jerárquicos. El imputado, que refirió al Golpe de Estado como “derrocamiento de la presidenta”, sostuvo que su procesamiento de 2012 se basó en un error del fiscal.

Aclaró incluso que hace poco se dio cuenta de que en el año 1976 él estuvo en Buenos Aires desde el 1 de febrero hasta julio. Había viajado para hacer un curso que se interrumpió en abril, momento en el que empezó a prestar servicios en la División Delegaciones de la Superintendencia del Interior. Nunca pudo realizar tal capacitación porque en julio le avisaron que no se retomaría sino que se suspendería el curso. Así intentó liberarse de los cargos por el asesinato de Romano Rivamar. Sin embargo, esta coartada no lo libera de cargos respecto de la muerte de Sánchez Andía, a mediados de 1975. Respecto de esto aclaró que “a este subversivo peruano” no lo vio nunca. No fue parte de la patota (sic) que le dio la muerte. No dio más argumentos ni pruebas sobre este punto.

Marcelo León declaró que ingresó a la Policía Federal en 1970. El curso de formación duraba dos años. Sin embargo, se suspendió antes y en 1971 egresó como subayudante, cargo que cumplió durante 1973 y 1974 en distintas reparticiones.

En 1975, a los 24 años, fue trasladado a Mendoza como Subinspector Oficial de Servicio, cargo que desempeñó hasta julio de 1976: “yo era el último de los oficiales”. Tenía entre sus tareas el cuidado de la delegación cuando los jefes no estaban, el mantenimiento de la seguridad y el control de los ingresos y egresos del personal. “Yo era un che pibe en la delegación”.

En teoría le tocaba trabajar “24 por 48” horas, pero aseguró que esto nunca se cumplía: pasadas las veinticuatro horas lo mandaban a colaborar en las distintas oficinas de la delegación: Administración, Documentación, Inteligencia. Respecto de esta última, explicó que su trabajo consistió en hacer partes y “explotación de prensa”. Es decir, leer los diarios y seleccionar información para enviar al comisario y/o a Buenos Aires, para que estuvieran enterados de todo lo que pasaba en Mendoza. Sin embargo, resaltó que su rol fue únicamente la transcripción, como un simple escriba. Ante la pregunta de la Fiscalía sobre el contenido de los partes, León indicó que se comunicaban problemas del ámbito político, gremial o estudiantil a las “mesas” encargadas –que luego conformarían Divisiones-, pero que de ninguna manera se trató de información antisubversiva. Según el imputado, “hacer inteligencia es explotar la información” que se encuentra en la prensa.

Además, sostuvo que nunca salió a la calle para realizar ningún operativo porque los comparendos y detenciones le correspondían a la Oficina de Inteligencia, cuyas autoridades eran Alex, Boca y Palo. Entre los subalternos mencionó a Duarte y Amaya. Agregó que en la delegación también prestaba funciones personal de Buenos Aires que era destinado a esta repartición como auxiliar de Inteligencia, pero dijo desconocer los nombres.

Explicó que en julio de 1976 viajó a Buenos Aires a realizar el curso de instrucción de la Federal que le permitió ascender a Inspector en 1977. En ese momento regresó a Mendoza como responsable de la Brigada.

Sobre Carmelo Cirella y su denuncia, León explicó que durante 1975 trabajaba como radio operador. Lo consideró un “mentiroso” que actuó con resentimiento porque “no lo sacaron de la cárcel”. Supo que la Policía Federal le inició un sumario administrativo, pero no llegó a verlo porque a él le tocó trasladarse a Buenos Aires a mediados de 1976 para el mencionado curso.
La próxima audiencia será el jueves 5 de abril a las 9.30.

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Audiencia 22 / LA IMPORTANCIA DE LOS TESTIMONIOS Y LA RECONSTRUCCIÓN DOCUMENTAL

15-06-17 / Una impecable apertura de la etapa testimonial se vivió este jueves en el marco del sexto juicio por delitos de lesa humanidad. Seis testigos dieron cuenta de los hechos relativos a los secuestros y asesinatos, en 1975 y 1976, de Amadeo Sánchez Andía y Víctor Romano Rivamar, hechos en los que está seriamente comprometido el accionar de la Policía Federal local. Dos hermanos de las víctimas y la hija del militante peruano brindaron vivos semblantes de sus seres queridos y aspectos claves de los operativos en su contra y del hallazgo posterior de sus cuerpos. Además, el periodista Rodrigo Sepúlveda ofreció un testimonio sin fisuras acerca de la veracidad de las confesiones e involucramientos señalados por el represor Cirella Paredes, entrevistado en su documental “7746 Legajo Conadep”.

“Conocí íntimamente a mi hermano, su formación, su integridad humana, y estoy seguro de que ése no era el final para él”, dijo emocionado Juan Régulo Sánchez Andía en relación al secuestro y la ejecución sumaria, a mediados de 1975, de Amadeo Sánchez Andía, hechos por los cuales están imputados los ex policías federales Marcelo León y Luis Mirotta.

Juan es el mayor de cinco hermanos de una familia de origen peruano. Llegó desde Ica a la Argentina a principios de los años ‘70 para estudiar medicina, mientras trabajaba en diversos proyectos hidroeléctricos y empresas en la Patagonia. Tras él llegó Amadeo, el menor de todos, que se volcó a la actividad gremial y la militancia política en el PRT-ERP. Amadeo se radicó en Mendoza para estudiar periodismo en la Escuela de Comunicación Colectiva, de la que llegó a ser secretario del Centro de Estudiantes.

El 29 de mayo de 1975 Amadeo, de 25 años, sufrió graves lesiones al accidentarse a la altura de La Paz el colectivo de la empresa Colta donde viajaba con rumbo a Córdoba por una actividad militante. Derivado al entonces Hospital Regional de San Martín, fue secuestrado por un grupo comando la noche del 5 de junio, en presencia de Juan, por “cuatro o más personas encapuchadas y con armas largas”. Juan fue trasladado bajo maltratos a una comisaría, según supuso por el número de policías y, tras ser fichado, fue liberado en la madrugada. Desde allí volvió al Hospital, donde encontró, en la habitación antes ocupada por Amadeo, un llavero de la Policía Federal con la inscripción “Juan Ramón Falcón”. Juan inició gestiones con el abogado Carlos Bula y viajó a San Juan a reunirse con su familia. Después, Mirtha Haydée Ramírez -“Monona”-, la esposa de Amadeo, le comunicó que el cuerpo sin vida había sido hallado en Canota, brutalmente torturado y con inscripciones. Juan hizo el reconocimiento en el Hospital Emilio Civit.

Asalto y secuestro en el Hospital de San Martín

Otros dos testigos presenciales de lo sucedido durante el secuestro de Amadeo hicieron sus aportes y reafirmaron lo declarado en otras ocasiones, inclusive pocas horas después del hecho. Por entonces, Gilberto Domínguez Pérez y Hugo Simón Muñoz trabajaban en el Hospital Regional de San Martín y compartían sala en la guardia nocturna, como enfermero y telefonista respectivamente. De sus dichos puede comprobarse que, en la noche del 5 al 6 de junio de 1975, un grupo de alrededor de seis personas con los rostros cubiertos y armas largas ingresó violentamente al nosocomio, secuestró “a un herido Sánchez que no era de acá”, y salió en una de las ambulancias, que abandonaron a los cien metros para huir en otro vehículo que los esperaba. No había guardia policial aquella noche. Dos de los captores habían entrado en la sala donde estaban Domínguez y Muñoz, a quienes redujeron en el suelo y pidieron indicaciones acerca de dónde estaba la farmacia. También cortaron la línea telefónica incomunicando la guardia con las salas.

El lugar de la hija, voz de la historia

Gladys Beatriz Sánchez Andía nació seis meses después de que su padre fuera asesinado.
Su testimonio fue una demostración más de la relevancia del testimonio de las hijas y los hijos, no sólo para la reconstrucción histórica e identitaria, sino también para esclarecer el desarrollo de los hechos. Explicó que, en relación al secuestro de Amadeo, su principal fuente de información provino de las conversaciones familiares, de su tío Juan y su mamá.
Amadeo y Mirtha estaban recientemente casados. Ella estaba embarazada de Gladys, por lo cual optó por no viajar a Córdoba al encuentro en la Escuela de Guerrilla.
“Sabían que estaban marcados”, explicó Gladys sobre la derivación de su padre al Hospital de San Martín tras el accidente, y sobre el hecho de que los primeros días estuvo bajo custodia policial, y el allanamiento de la vivienda de calle Alem, donde vivía la pareja.
El secuestro se explica porque “habían descubierto los motivos del viaje a Córdoba”, hacia donde Amadeo viajaba con otros dos militantes del PRT, Aníbal Testa y Gladys Beatriz Sabatino, “que estaba en quinto año de Medicina, la trajeron al Hospital Central porque sus heridas no eran graves y muere cuando estaban a punto de darle el alta”. Sabatino estaba al cuidado de una prima que salió por unos minutos a la farmacia, y al regresar la encontró muerta.
En relación al secuestro de su padre, Gladys corroboró el incidente del llavero de la Policía Federal hallado por su tío y que Amadeo pasó por la delegación antes de su fusilamiento.
Luego sobrevino la consternación ante el hallazgo de sus restos en Canota.
Otra fuente de reconstrucción a la que Gladys consideró “justa en todo”, fueron los aportes de la investigación del periodista Rodrigo Sepúlveda en el documental “7746 Legajo CONADEP”, que da cuenta de delitos cometidos por la Policía Federal, entre ellos, la ejecución de su padre.
En calma y con mucho amor, Gladys reivindicó el compromiso de Amadeo y sus “circunstancias políticas”, porque “quería un lugar y un momento más justo”. De su mamá ponderó la lucha y lamentó que haya fallecido “esperando el juicio”, y de sus propios hijos celebró que sean “la prolongación de todo eso”.

La Federal en torno al secuestro y la ejecución de Romano Rivamar

Arnaldo Aníbal Romano es hermano de Víctor Romano Rivamar, detenido ilegalmente a los 29 años en abril de 1976, y encontrado muerto tres meses después. Víctor vivía con su madre viuda en calle Ramírez de Ciudad y Arnaldo a dos cuadras del domicilio familiar. Ambos eran empleados del Poder Judicial -Víctor en la Quinta Fiscalía del Crimen-, se llevaban 14 meses de diferencia y eran “muy unidos”. No tenían actividad política y el único contacto que tenían con la policía era a través del ámbito laboral, lo cual hizo que el allanamiento y secuestro fuera aún más desconcertante para la familia. Aquel 22 de abril a las tres de la mañana el mozo de un local próximo a los domicilios golpeó la puerta de la casa de Arnaldo y le dijo que “unos encapuchados” se habían llevado a Víctor, en calzoncillo y camiseta arrancándolo de la cama al lado de su madre. Los captores llevaban borceguíes, ropa azul y bombachas de Infantería. Arnaldo se dirigió inmediatamente a la comisaría Cuarta, donde le dio la impresión de que lo estaban esperando. Tres horas después le dijeron: “ya sabemos dónde es” cuando le daba las señales de la casa. Según aportes de vecinos, ya fallecidos, hubo tres vehículos operativos aquella noche: un Falcon azul, otro blanco y un Fiat 125, que el testigo asegura haber visto en sus averiguaciones tanto en Investigaciones de la Policía Provincial como frente a la sede de la Policía Federal.

Además de sus infructuosas gestiones en la búsqueda, la madre acudió en vano a autoridades de la Iglesia, como monseñor Rafael Rey. Entre el momento de la desaparición y el hallazgo del cadáver, meses después, Arnaldo recibió todos los días, a las tres de la mañana, llamados telefónicos que se presentaban como provenientes del exterior, pero que fueron hechas desde el Comando de Comunicaciones del Ejército, interrogándolo acerca de sus actividades y del paradero de Víctor. En julio dieron con el cuerpo, semienterrado, que fue descubierto por un perro en el campo Ortega, en Maipú. El médico forense Bringuer -que además era el doctor de cabecera de la familia- constató que había sido fusilado con las manos atadas.

Quien empezó a echar luz sobre el caso fue el por entonces suboficial de la Federal, Carmelo Cirella Paredes, que fue el primer represor local en quebrar el silencio, según quedó registrado en declaraciones ante la CONADEP y en el documental “7746 Legajo CONADEP”, del periodista Rodrigo Sepúlveda. Además de atribuirse participación en el hecho –trasladando, por orden de Mirotta, el cadáver ejecutado en la zona de Papagayos-, Cirella incriminó a Rodolfo “Willy” Cardello, macabro agente de inteligencia de la Policía Federal. Arnaldo apoya las versiones de Cirella y coincide en que a Víctor “fueron a matarlo directamente”. “¿Qué cree que pasó con su hermano?”, le preguntó por último el fiscal Dante Vega, a lo que el testigo aludió las versiones que indicaban que se trataba de una venganza porque Víctor andaba “con la mujer de algún milico”. Reconstruir los hechos, hacer memoria e iluminar verdades son algunos de los propósitos de este juicio que apenas comienza.

La verdad de los dichos de Cirella Paredes

El testimonio de Rodrigo Fernando Sepúlveda, realizador del documental “7746 Legajo CONADEP”, estuvo orientado a precisar los hechos reconstruidos y a establecer la verdad -o no- de las afirmaciones e incriminaciones de Cirella Paredes, actualmente fallecido. El periodista fue interrogado respecto al testimonio de Cirella, represor que relató a la CONADEP el accionar de la patota de la Federal que actuara en los secuestros y asesinatos de Amadeo Sánchez Andía y Víctor Romano Rivamar. Sepúlveda señaló la consistencia entre el relato filmado por él y los integrantes de su equipo en 2005, y la versión brindada por el ex policía a partir de 1984. El documental fue estrenado el 24 de marzo de 2006, a treinta años del golpe cívico militar.

En 2007 el juez Walter Bento citó a Rodolfo Cardello, Marcelo León, José Luis Mirotta y Carmelo Cirella Paredes por los hechos narrados en el documental. Cirella se desdijo de las versiones sostenidas durante más de 20 años y acusó a Sepúlveda de haberle pagado por su testimonio. El periodista, que en su momento se defendió públicamente y en la audiencia aportó documentación que lo respalda, amplió sobre elementos que reafirman la verdad de los dichos de su principal fuente para la investigación.

Para el testigo el relato del ex policía no sólo era consistente con su declaración de 1984 -cuando dio cuenta de la operatividad, disponibilidad y participación de todo el cuerpo de la delegación en diversos hechos del terrorismo de Estado-, sino también con un conjunto de evidencias reunidas para reconstruir los hechos, como periódicos de la época y otros testimonios vinculantes. Si en 2007 Cirella declaró ante la justicia federal que había mentido tanto a la CONADEP como a los documentalistas, lo hizo porque estaban bajo amenaza él – que se hallaba detenido- y su familia. Entre otras aseveraciones contundentes, Sepúlveda explicó que pagar por una entrevista no entra en sus prácticas, que no hubiese buscado a Cirella como testigo de su documental “si no le hubiera creído”, y que el represor, pese a su miedo, “sabía lo que estaba haciendo”.

El tribunal anunció cuarto intermedio hasta el 29 de junio.

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